jueves, 25 de diciembre de 2014

Recordando mi paso por la casa de la Mujer.


                Llegue a la casa de la mujer, al comienzo no salía del cuarto  tenía un odio a mi esposo y su familia, me prestaron ropa para salir a trabajar ya que llegue si nada con lo puesto igual que mis hijos. No quería que mi esposo me encontrara, tenía mucho miedo, pensaba que me podía volver a golpear y quitarme a mis hijos.
Planeaba viajar con ellos lejos de Arequipa donde él no me pueda encontrar. Mi rutina diaria era llorar y llorar encerrarme en mi cuarto con mis hijos, no dormía en las noches, tenía muchas pesadillas.
Mi situación era llamativa por lo que en un momento, la hermana Ana María me llamó a hablar en privado, me hizo ver que hay un Dios que todo lo puede. Me enseño el oratorio (capillita), me dijo que era el lugar para hablar con Dios contarle todos mis problemas, desde entonces empecé a frecuentar diariamente a la oración.  Meses después comencé a compartir la oración de la tarde junto con las hermanas, esta experiencia con Dios, me daba esperanzas de una vida mejor, empecé a conocer la figura de la Virgen María y la importancia en la vida de una la devoción a la Madre del Señor, me indujo los valores de la Virgen, la humildad, el perdón, el servicio desinteresado, también empecé a leer el libro de la vida de los santos. Todo esto me iba abriendo camino como una luz a una vida diferente, empecé a fortalecerme interiormente, perder el miedo, me comunicaba más con las personas de mi entorno.  Yo misma me consolaba diciéndome que no era la única, porque veía a otras mujeres peores que yo, con niños más pequeños, empecé a minimizar mi problema, salía con más ánimo a mi trabajo. Mientras yo pasaba todo este proceso,  mi esposo no se canso de buscarme, hasta que un día me siguió y encontró la casa donde yo estaba, toco la puerta y pregunto por mi y su hijos, la hermana la recibió de la puerta afuera, me pregunto si yo quería verlo, yo no quise ver, le hermana respeto mi decisión. El insistía en conversar conmigo, como no le dejaba lugar, secretamente traía algo de comer para sus hijos, mi esposo al observar mis temores, respetó con cuidado mi decisión, sentía que ya no había presión de él a mi persona, después de mucho tiempo lo escuche y me quede pensando y analizando mis sentimientos, en este primer encuentro, no me sentí presionada, sabía que podía dialogar con él y llegar a un acuerdo. Como yo Había iniciado una vida espiritual que me fortalecía, y me hacía sentir más segura.
 Las hermanas de la casa de la mujer, fueron testigo de un cambio paulatino que se fue dando en mí, y en mi esposo. Mientras yo seguía incrédula a su cambio, no creía en una segunda oportunidad, estaba bien segura que me quería ir, y que podía yo sola con mis hijos, los documentos judiciales que yo esperaba salieron a mi favor, también yo ya quería salir de la casa, me sentía tan segura y capaz de todo, ahí es donde la hermana Ana  María me pide que debería hablar con mi esposo, y que le perdone, en mi proceso de conversión espiritual aprendí que el perdón no es un juego, requiere una conversión personal con Dios es una sanación interior que Dios nos regala, este proceso no es de un día para el otro, requiere tiempo, voluntad, constancia y confianza en Dios.
Esto me fue abriendo caminos para una decisión más libre, por su parte mi esposo entablo conversaciones con las hermanas quienes fueron haciendo un análisis de lo que él decía, era un arrepentimiento, pero yo no di brazo a torcer, porque había perdido la confianza en él. 
 Los procesos que había iniciado siguieron su curso normal hasta concluir, nunca me obligo a que abandonara ni me obstaculizó para que yo no siguiera los procesos en su contra. A pesar de que el sabia que lo iban a castigar en su trabajo, él estuvo dispuesto a aceptar todo, y asumir sus responsabilidades. Me dijo que él me respetaba en todo, y estaba dispuesto a todo lo que le pedía. Es así como yo acepto hablar con él y ver abiertamente a sus hijos, el primer gesto de él fue abrazar a sus hijos pedirles perdón a ellos y a mí, escuche con atención todo lo que quiso decirme, lo único que quería es que no me llevara lejos a sus hijos. 
Como las hermanas veían que yo llevaba ya una vida espiritual parecido a la de ellas, asistía a las oraciones, frecuentaba la comunión, iba  a misa todos los domingos, rezaba el rosario todos los días junto con mis hijos, tuvieron la suficiente confianza de decirme ¿quién soy yo para no perdonar a mis esposo?, esto me hizo recapacitar y ver la posibilidad de un perdón.
 Tampoco esto fue de inmediato porque no quería volver a repetir lo que había vivido, tenía en la manos las medidas de protección, pensión de alimentos con un 60% de su sueldo y tenencia de mis hijos, me sentía bien segura, espiritual y judicialmente.  Finalmente accedí a una nueva oportunidad entendiendo el verdadero perdón de Dios. Decidí una nueva relación, con la condición de que si no cambiaba yo lo dejaba, y esta vez era para siempre, porque no podría haber otro perdón, tenia bien claro que si había indicios que se iba a repetir lo mismo, yo salía en silencio y esta vez para no volver nunca más, también tenía conciencia de que yo no podía aprovecharme de él de su amor que me demostraba.
Esta vez éramos dos personas nuevas que empezábamos, pero ya no éramos dos sino 5 personas, mis dos hijos, nosotros dos y Dios en el medio. Fuimos entendiendo que Dios era primero en nuestras vidas, y luego formar el hogar poniendo a Dios en el centro de nuestra familia. Dios nos mantiene unidos y alimenta el amor que nos tenemos, hace que nuestra vida sea cada día novedosa y más plena. Agradezco a mi esposo que supo respetar mis tiempos, y mi decisión, la decisión que tomamos fue en total libertad. Entendimos que el amor es libre pero responsable.
 A todas las mujeres que están pasado por lo que yo viví o están en peores condiciones le pediría primero que se den tiempo necesario para sanar la heridas primero ellas solas, que pongan a Dios en su vida que abran sus corazón para que Dios entre, que sean perseverante en llevar una vida espiritual, guiadas pro las personas más allegadas a Dios y poner propósitos de adentrarse más con Dios. Pienso que si no hay una conversión profunda hacia Dios de una misma no se puede pretender perdonar de corazón a la persona que nos lastimó, menos podemos pensar una nueva relación porque las consecuencias serían aun peores de las que hemos vivido, sin Dios en nuestra vida no hay perdón, mucho menos una familia nueva. Si Dios no está en el centro de los dos que formamos la pareja, la venganza es peor que la violencia que sufrimos anteriormente.
Roxana Chire.



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