Planeaba viajar con ellos lejos de Arequipa donde él no me pueda encontrar. Mi rutina diaria era llorar y
llorar encerrarme en mi cuarto con mis hijos, no dormía en las noches, tenía
muchas pesadillas.
Mi situación era llamativa por lo
que en un momento, la hermana Ana María me llamó a hablar en privado, me hizo
ver que hay un Dios que todo lo puede. Me enseño el oratorio (capillita), me
dijo que era el lugar para hablar con Dios contarle todos mis problemas, desde
entonces empecé a frecuentar diariamente a la oración. Meses después comencé a compartir la oración
de la tarde junto con las hermanas, esta experiencia con Dios, me daba esperanzas
de una vida mejor, empecé a conocer la figura de la Virgen María y la
importancia en la vida de una la devoción a la Madre del Señor, me indujo los
valores de la Virgen, la humildad, el perdón, el servicio desinteresado,
también empecé a leer el libro de la vida de los santos. Todo esto me iba
abriendo camino como una luz a una vida diferente, empecé a fortalecerme
interiormente, perder el miedo, me comunicaba más con las personas de mi
entorno. Yo misma me consolaba diciéndome
que no era la única, porque veía a otras mujeres peores que yo, con niños más
pequeños, empecé a minimizar mi problema, salía con más ánimo a mi trabajo.
Mientras yo pasaba todo este proceso, mi
esposo no se canso de buscarme, hasta que un día me siguió y encontró la casa
donde yo estaba, toco la puerta y pregunto por mi y su hijos, la hermana la
recibió de la puerta afuera, me pregunto si yo quería verlo, yo no quise ver,
le hermana respeto mi decisión. El insistía en conversar conmigo, como no le
dejaba lugar, secretamente traía algo de comer para sus hijos, mi esposo al
observar mis temores, respetó con cuidado mi decisión, sentía que ya no había presión
de él a mi persona, después de mucho tiempo lo escuche y me quede pensando y analizando mis
sentimientos, en este primer encuentro, no me sentí presionada, sabía que podía
dialogar con él y llegar a un acuerdo. Como yo Había iniciado una vida
espiritual que me fortalecía, y me hacía sentir más segura.
Las hermanas de la casa de la mujer, fueron
testigo de un cambio paulatino que se fue dando en mí, y en mi esposo. Mientras
yo seguía incrédula a su cambio, no creía en una segunda oportunidad, estaba
bien segura que me quería ir, y que podía yo sola con mis hijos, los documentos
judiciales que yo esperaba salieron a mi favor, también yo ya quería salir de
la casa, me sentía tan segura y capaz de todo, ahí es donde la hermana Ana María me pide que debería hablar con mi
esposo, y que le perdone, en mi proceso de conversión espiritual aprendí que el perdón no es
un juego, requiere una conversión personal con Dios es una sanación interior
que Dios nos regala, este proceso no es de un día para el otro, requiere
tiempo, voluntad, constancia y confianza en Dios.
Esto me fue abriendo
caminos para una decisión más libre, por su parte mi esposo entablo conversaciones
con las hermanas quienes fueron haciendo un análisis de lo que él decía, era un
arrepentimiento, pero yo no di brazo a torcer, porque había perdido la
confianza en él.
Como las
hermanas veían que yo llevaba ya una vida espiritual parecido a la de ellas, asistía
a las oraciones, frecuentaba la comunión, iba a misa todos los domingos,
rezaba el rosario todos los días junto con mis hijos, tuvieron la suficiente confianza
de decirme ¿quién soy yo para no perdonar a mis esposo?, esto me hizo
recapacitar y ver la posibilidad de un perdón.
Tampoco esto fue de inmediato porque no quería
volver a repetir lo que había vivido, tenía en la manos las medidas de protección,
pensión de alimentos con un 60% de su sueldo y tenencia de mis hijos, me sentía bien segura,
espiritual y judicialmente. Finalmente accedí
a una nueva oportunidad entendiendo el verdadero perdón de Dios. Decidí una nueva relación, con la condición de que si no cambiaba yo lo
dejaba, y esta vez era para siempre, porque no podría haber otro perdón, tenia
bien claro que si había indicios que se iba a repetir lo mismo, yo salía en silencio
y esta vez para no volver nunca más, también tenía conciencia de que yo no podía aprovecharme
de él de su amor que me demostraba.
Esta vez éramos
dos personas nuevas que empezábamos, pero ya no éramos dos sino 5 personas, mis
dos hijos, nosotros dos y Dios en el medio. Fuimos entendiendo que Dios era primero
en nuestras vidas, y luego formar el hogar poniendo a Dios en el centro de nuestra
familia. Dios nos mantiene unidos y alimenta el amor que nos tenemos, hace que
nuestra vida sea cada día novedosa y más plena. Agradezco a mi esposo que supo
respetar mis tiempos, y mi decisión, la decisión que tomamos fue en total libertad.
Entendimos que el amor es libre pero responsable.
A todas las mujeres que están pasado por lo
que yo viví o están en peores condiciones le pediría primero que se den tiempo
necesario para sanar la heridas primero ellas solas, que pongan a Dios en su
vida que abran sus corazón para que Dios entre, que sean perseverante en llevar
una vida espiritual, guiadas pro las personas más allegadas a Dios y poner
propósitos de adentrarse más con Dios. Pienso que si no hay una conversión
profunda hacia Dios de una misma no se puede pretender perdonar de corazón a la
persona que nos lastimó, menos podemos pensar una nueva relación porque las
consecuencias serían aun peores de las que hemos vivido, sin Dios en nuestra
vida no hay perdón, mucho menos una familia nueva. Si Dios no está en el centro
de los dos que formamos la pareja, la venganza es peor que la violencia que
sufrimos anteriormente.
Roxana Chire.
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